En los últimos años, América Latina ha emergido como un actor clave en la transición hacia fuentes de energía sostenibles, consolidando su posición en el escenario global. Con inversiones proyectadas superiores a los US$20,000 millones para 2025, la región no solo acelera el despliegue de tecnologías verdes, sino que también impulsa modelos económicos resilientes y bajos en carbono que benefician a comunidades, empresas y gobiernos.
Según datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), el 68% de la electricidad generada en la región proviene de fuentes renovables, muy por encima del promedio mundial. En 2024, más del 92% de la nueva capacidad eléctrica instalada en el mundo fue de origen renovable, y América Latina aportó un volumen significativo a esa estadística.
Estos números son el reflejo de una dinámica de mercado en constante evolución, en la que factores como los precios de la electricidad, la caída de costos tecnológicos y los compromisos climáticos internacionales juegan un papel determinante.
Brasil, México, Chile y Colombia lideran la expansión solar y eólica, mientras que naciones más pequeñas como Costa Rica y El Salvador destacan por su rápida adopción. Un ejemplo claro es la cooperativa de Armstrong, en Argentina, que sustituyó motores diésel por sistemas fotovoltaicos y colocó 50 techos solares, logrando reducción notable de costos operativos y mitigación de emisiones.
Estos proyectos demuestran que la región no solo atrae capital extranjero, sino que también innova en modelos colaborativos y de mercado.
Varios elementos catalizan el crecimiento de las energías limpias en América Latina:
Entre los principales disparadores sobresalen:
La caída continua de costos tecnológicos en paneles y aerogeneradores también ha sido un factor clave para que proyectos de pequeña y gran escala prosperen.
Aunque el potencial es enorme, persisten obstáculos que podrían frenar el avance. La falta de esquemas regulatorios claros, las demoras en licencias y permisos, y la escasez de infraestructura de transmisión limitan la velocidad de los despliegues.
Asimismo, el financiamiento a largo plazo sigue siendo un desafío para iniciativas de mediana escala, mientras que la variabilidad política en algunos países puede generar incertidumbre en inversores. Por ello, resulta imprescindible fortalecer marcos regulatorios y mecanismos de incentivos que garanticen estabilidad y confianza.
La Organización Latinoamericana de Energía (OLADE) impulsa la armonización de estándares y certificaciones regionales, como CertHiLAC para hidrógeno verde, facilitando la integración de mercados eléctricos y la transferencia de conocimientos.
En paralelo, modelos comunitarios demuestran la viabilidad de alternativas descentralizadas. Cooperativas eléctricas en Argentina y proyectos de bioenergía en Colombia han evidenciado cómo la participación ciudadana puede ser motor de cambio.
Este enfoque colectivo no solo fomenta impactos sociales positivos, sino que también refuerza la resiliencia de la región frente a crisis globales.
De cara a 2025, expertos coinciden en que América Latina tiene ante sí una oportunidad única para liderar la transición energética global. La combinación de interés internacional, abundancia de recursos y avances en regulación puede consolidar a la región como referente de sostenibilidad.
Para lograrlo, será fundamental mantener la cooperación intergubernamental, promover la inversión en infraestructura de transmisión y almacenamiento, y fortalecer el acceso al financiamiento para pequeños proyectos.
Con un enfoque de equidad social, las energías limpias no solo serán un motor económico, sino también una herramienta de justicia y desarrollo para miles de comunidades que hoy aspiran a un futuro más próspero y saludable.
Latinoamérica está lista para demostrar que el camino hacia un mundo bajo en carbono puede iniciarse con la fuerza de sus vientos, la luz de su sol y la colaboración de su gente.
Referencias