El panorama económico de México muestra señales de desaceleración tras varios años de crecimiento robusto. Con una previsión de PIB real de solo 1.5% en 2025 proyectado, el país transita un ciclo donde el dinamismo se modera y la demanda de crédito se ajusta a condiciones más cautas. Al mismo tiempo, las autoridades monetarias han optado por recortes en la tasa de referencia, llevando el costo del dinero a niveles que aún son considerados restrictivos.
Este ajuste de la política monetaria se da en un contexto de presiones inflacionarias persistentes sobre el consumo, que obligan a Banxico a mantener un equilibrio entre estimular la economía y controlar el alza de precios. En este marco, los bancos locales juegan un rol crucial a la hora de trasladar los efectos de los recortes a sus clientes y al mismo tiempo preservar la solidez de sus operaciones.
La economía global, y en particular la de Estados Unidos, ha mostrado señales de enfriamiento. Las revisiones a la baja en las expectativas de crecimiento internacional, sumadas a tensiones comerciales y geopolíticas, han afectado la confianza empresarial y el flujo de capitales. Este escenario ha tenido repercusiones directas en el mercado cambiario y en la estrategia de Banxico.
Desde 2023, el Banco de México ha realizado recortes consecutivos en su tasa de referencia que acumulan tasa de referencia progresivamente desde 2023. A mayo de 2025, el tipo de interés se situó en 8.5%, con expectativas de llegar a un rango de 7.0% a 7.75% hacia finales de año. Aunque la Fed mantiene su tasa en 4.25%-4.50%, la pausa del ciclo del vecino del norte alivia la presión sobre el peso y da margen para acciones más flexibles en la política local.
Frente a un entorno de márgenes de interés neto elevados, los bancos mexicanos han adoptado un enfoque que combina prudencia y adaptabilidad. Su objetivo principal es sostener la rentabilidad sin sacrificar la calidad de su cartera de crédito ni exponer sus reservas a riesgos innecesarios.
Estas acciones no solo responden a la coyuntura monetaria, sino que también reflejan un compromiso de las instituciones con la estabilidad financiera de sus usuarios. La prudencia en la originación de créditos y el control de riesgos cobran mayor relevancia en esta etapa.
Para comprender la magnitud de los ajustes, es útil revisar los indicadores más relevantes que guían la estrategia de los bancos y las expectativas del mercado.
El tipo de cambio ha mostrado menor volatilidad gracias a la pausa del ciclo de la Fed y a la fortaleza relativa de la economía norteamericana. Esto ha reducido la presión sobre el peso, permitiendo a Banxico maniobrar con mayor holgura en sus decisiones.
Sin embargo, los riesgos globales no han desaparecido: las tensiones geopolíticas, las incertidumbres en los mercados emergentes y la posibilidad de nuevos choques en la cadena de suministro obligan a mantener una vigilancia constante. En este sentido, los bancos deben profundizar sus análisis y ajustar sus protocolos de gestión de riesgo para evitar sorpresas desagradables.
De cara a 2026, se anticipa que la tasa de Banxico converge hacia su nivel neutral, alrededor de 6.5%. Los bancos locales tendrán entonces la oportunidad de relajar parcialmente sus políticas restrictivas, siempre y cuando la evolución de la inflación lo permita.
Así, las instituciones podrán no solo sortear las presiones monetarias, sino también aprovechar esta etapa para consolidar su posición en el mercado. La combinación de disciplina financiera y visión estratégica será la clave para impulsar un sistema bancario más resiliente y preparado para los desafíos futuros.
Referencias