La economía china, que durante décadas ha sido el motor principal del crecimiento mundial, enfrenta hoy una desaceleración más pronunciada de lo esperado. Mientras el gobierno mantiene la meta oficial de un crecimiento real significativamente inferior a lo adelantado, la recuperación tardía despierta inquietudes entre inversores y socios internacionales. Este artículo analiza las causas de esta moderación, sus implicaciones internas y el impacto global en socios comerciales clave.
Para 2025, las autoridades chinas se han fijado una meta de crecimiento cercana al 5%. Sin embargo, distintos analistas sitúan el aumento del PIB en 2024 en un rango de 2.4% a 2.8%, muy lejos de las cifras oficiales. Incluso, las proyecciones más optimistas rebajan la cifra al 4.5%, alcanzable solo bajo condiciones extraordinariamente favorables.
La discrepancia entre objetivos y resultados reales ha generado dudas sobre la manipulación estadística del gobierno y su verdadera capacidad para impulsar un desarrollo sostenible. Mientras la Administración Central despliega paquetes de estímulo y ajustes monetarios, persiste el escepticismo acerca de si las medidas lograrán un repunte orgánico o solo un rebote temporal.
El consumo interno, históricamente limitado en un modelo de exportación y grandes infraestructuras, muestra señales mixtas. Las ventas minoristas crecieron un 6.4% interanual en mayo de 2025, la cifra más alta desde 2023, impulsadas por un aumento del 53% en la renovación de electrodomésticos y un 33% en tecnología de consumo.
No obstante, la confianza de los hogares continúa cerca de mínimos, afectada por la caída de la riqueza inmobiliaria y la presión para contener gastos. El sector inmobiliario en crisis prolongada arrastra la inversión en activos fijos, limita la capacidad de los gobiernos locales y reduce el dinamismo del empleo.
El dilema entre estimular el consumo o apostar por la infraestructura persiste, especialmente cuando el déficit fiscal se aproxima al 4% del PIB. La expansión fiscal, con transferencias directas y rebajas fiscales, busca fortalecer la demanda, pero enfrenta los límites de una deuda creciente y la cautela empresarial.
A pesar de los nubarrones internos, las exportaciones chinas mantienen un desempeño sólido. La UE y la ASEAN han absorbido buena parte del exceso de oferta, mientras que los envíos a Estados Unidos han caído por nuevos aranceles.
Este panorama refuerza el superávit comercial y fortaleza exportadora, pero intensifica las fricciones geoeconómicas. El conflicto tecnológico y la pugna por las cadenas de valor obligan a las empresas a diversificar proveedores y replantear estrategias de inversión.
La moderación del crecimiento chino tiene repercusiones directas en múltiples regiones. Asia se ve afectada por la reducción de importaciones de materias primas y componentes intermedios. Japón y Corea del Sur, proveedores clave de semiconductores y maquinaria, enfrentan menores pedidos y precios más bajos.
En Estados Unidos, las tensiones se intensifican con nuevos aranceles a productos tecnológicos. Ambas economías sufren interrupciones en cadenas de suministro críticas, lo que frena la recuperación de sectores clave como automoción y electrónica.
El modelo de crecimiento chino se encuentra en una encrucijada: la transición hacia un modelo liderado por el consumo avanza con lentitud y sin las reformas profundas necesarias. El aumento de la deuda, con un déficit fiscal cercano al 4% del PIB, plantea un riesgos asociados a la deuda insostenible en el mediano plazo.
La inflación subyacente permanece baja, con presiones deflacionarias constantemente bajas que reflejan la debilidad del gasto y la inversión privada. La confianza empresarial sigue por debajo de niveles aceptables: la confianza empresarial sigue siendo cautelosa ante la incertidumbre regulatoria y el escepticismo sobre la credibilidad de las cifras oficiales.
Los próximos meses serán decisivos. Si las autoridades logran consolidar la demanda interna y contienen la deuda sin sacrificar la estabilidad, la recuperación podrá ganar tracción. En caso contrario, el país podría enfrentar ciclos de crecimiento tibio, con efectos negativos duraderos en sus socios globales.
En definitiva, la ralentización económica china plantea un desafío global. Los gobiernos y las empresas deben prepararse para un escenario de crecimiento moderado y adaptarse a nuevas dinámicas comerciales. Solo a través de una transición hacia un consumo sostenible y reformas estructurales profundas podrá China recuperar su impulso y garantizar la estabilidad de la economía mundial.
Referencias